lunes, 8 de abril de 2013

The americans: La guerra de los Roses

Por Juliana Rodriguez | Tevé

¿Se acuerdan de Felicity, aquella serie de finales de la década de 1990, creada por el por entonces no tan conocido JJ Abrams, que contaba la cándida historia de una chica de provincia que llegaba a la universidad y perdía la inocencia mientras conocía el mundo adulto? Bueno, aquella chica ruluda, interpretada por Keri Russell, se tomó una década para regresar, y lo hace ahora convertida en una heroína retro, violenta y con pocas pulgas. La actriz es la protagonista de The americans, uno de los estrenos que vale la pena seguir en este 2013. La serie está ambientada en la década de 1980, en plena Guerra Fría, en Estados Unidos, donde una pareja de espías de la KGB hace trabajos de inteligencia mientras vive de incógnito, bajo la fachada de ser una pareja americana feliz: están casados, hablan perfecto inglés, tienen hijos y llevan una aparentemente apacible american way of life. De día, son padres inofensivos; de noche, temibles espías. Mientras, su vecino es nada menos que un agente del FBI que, oh casualidad, investiga los casos de infiltrados soviéticos.


La serie tiene varias virtudes. En primer lugar, el elenco. Keri Russell sorprende con su papel de madre abnegada-Mata Hari astuta y de armas tomar (las escenas más violentas las protagoniza justamente ella); y Matthew Rhys, que interpreta al esposo, construye a un marido ejemplar y a un sutil agente del caos, que se permite dudar sobre sus convicciones patriotas. Se suma una recreación moderada de la década de 1980, que no se deja seducir por la mera nostalgia kitsch de aquellos años, y que construye un verosímil contexto a través de la música, los autos, la ropa o la recreación de la vida civil.

Cada capítulo se enfoca en un caso distinto, pero la continuidad está dada por el avance en la relación de ambos esposos “políticos”, que recién ahora y tras dos hijos están empezando a evaluar la posibilidad de ser una pareja “real”, detrás de la fachada. Y a pesar de tener episodios que concluyen en sí mismos, hay un cuidado para incluir cliffhangers que atrapen al espectador. Hay estereotipos, claro, al fin y al cabo es TV y cumple ciertas normas de popularidad, pero eso no quita que, hasta ahora, sea una modesta pero certera apuesta. La dan los lunes, a las 23, por el canal FX. Hay que verla.

jueves, 4 de abril de 2013

Un relato sobre las segundas oportunidades

Título: La reconstrucción. 
Guión y dirección: Juan Taratuto. 
Con Diego Peretti, Claudia Fontán, Alfredo Casero, Maria Casali, Eugenia Aguilar y Ariel Pérez. 
Duración: 85 minutos. 
País: Argentina 
Año: 2013 


Por Maximiliano Audisio | Cine

Eduardo es un personaje extremadamente solitario, se preocupa por sí mismo y por nadie más. Su mundo se reduce a una casa sin luz y un trabajo en un yacimiento ubicado en Rio Grande. Recibe un llamado que por días no quiere atender, es su amigo Mario quien le pide que se dirija a Ushuaia porque necesita de su presencia y ayuda por unos días. Eso será solo el comienzo…

Luego de tres películas (No sos vos, soy yo, ¿Quién dijo que es fácil? y Un novio para mi mujer) que supieron ubicar a Juan Taratuto bajo la etiqueta de revitalizador de la comedia argentina de la última década, el director se animó a dejar atrás la exitosa formula de risas y amor con la gran ciudad como trasfondo, para arriesgarse y realizar un fuerte cambio de género, tono y registro, dando lugar a la tristeza, la soledad y la inmensidad de la Patagonia. Si bien mantiene a Diego Peretti como protagonista, en La reconstrucción se sumerge en el drama, abordando nociones, conflictos y sentimientos inéditos hasta ahora en su filmografía.

Afortunadamente, Taratuto sale azaroso de la situación y logra mediante este saludable pero brusco cambio un resultado más que digno. Quizás La reconstrucción no sea un film de fácil consumo como los tres anteriores, que en esta oportunidad el director se centre más en la descripción y en el desmenuzar a cada uno de los personajes, que la resolución termine siendo relativamente apresurada, pero que al mismo tiempo desde su trabajo como cineasta de un paso adelante logrando una película más profunda y rigurosa que sus trabajos anteriores, con la construcción de un concepto, un armado y una puesta en escena que rompen por completo con la estética que venía trabajando.

Entre escenas en exteriores (que por momentos remiten al cine patagónico de Carlos Sorin), diálogos casi nulos y primeros planos, Taratuto nos entrega una primera mitad de film en la cual se encarga de mostrar el grado de soledad, desprecio y amargura que acumula Eduardo, de quien se nos revelara a medida que pasen los minutos una pesada carga emocional, dolor y frustración que tienen que ver con su pasado.




miércoles, 3 de abril de 2013

Desaparezca Aquí

Por Pablo Durio | Literatura

Un jardín de infantes no puede –no tiene permitido- ser muy distinto de otro. Pero de pronto entre todos los nenes que están ahí hay uno que no sabe ser como los demás, que no juega con juguetes de colores, que no dibuja con crayones una familia feliz con un sol de fondo y una casa que rompe la armonía de un paisaje donde las personas son más grandes que las casas pero más infelices que el sol, que no tiene un autito en la mano ni una muñeca ni ladrillitos para armar una casa ni llora extrañando a su mamá. De pronto hay un nene entre todos que viste una polera negra y sale a caminar en la lluvia y lleva las manos en los bolsillo en señal clara de que detesta y no entiende el sinsentido hediondo del mundo que lo rodea: “No encontraba mucho placer en las cosas que les gustaban a mis compañeros: las «trepadoras» de la plaza, la calesita, los areneros, los baldecitos y las palitas,...bailar en círculos alrededor de alguna planta, todos agarraditos de las manos; sacar juguetes de bolsas, volver a guardar los juguetes en las bolsas, hacer cola para que te den leche chocolatada... todo eso me parecía sin sentido". 

Una reunión de pibes de 19 años no puede –aunque sí lo tenga permitido- ser muy distinta de otra. Pero de pronto entre todos los comentarios sobre la minita de turno, sobre los autos, sobre las borracheras, sobre qué es lo que van a hacer, hay un pibe que se levanta vestido de negro y va al baño a tomar cocaína: no soporta la superficialidad y la falta de romanticismo. Estamos en Los Ángeles, en una noche cualquiera, y ese pibe-nene es Bret Easton Ellis, nacido en esa ciudad en 1964 y autor de Menos que Cero y de su continuación, Suites Imperiales y, claro, detesta L.A. aunque le haya servido de inspiración para sus novelas y de escenario para su vida: "En Los Angeles la gente tiene serios problemas cuando pierde su belleza física porque allí todo es superficie: tienen cinco o seis años para hacer dinero, y luego, bueno, el horror". La vida de Ellis disfrazó de superficialidad su encanto real y tiñó de rock, drogas, sexo, bisexualidad, misterio y belleza todo lo que pasó por su lado y Menos que Cero fue la novela que lo catapultó al éxito y lo hizo millonario cuando sólo tenía 21 años. Después de eso vino la fama y más dinero aún destinado al descontrol: vivió durante muchos años en un departamento sin muebles durmiendo en el piso en un colchón tan destruido como sucio, rodeado de botellas vacías y botellas próximas al vacío, con todas las drogas que pudo ingerir, con sus papeles de lo que había escrito y pensaba del mundo, con las críticas despiadadas que Los-Desesperados-De-Siempre-Por-Dictar-El-Canon-De-La-Buena-y-Mala-Literatura habían hecho sobre su siguiente gran éxito: American Psico. Por suerte Los-Desesperados-De-Siempre no tuvieron razón y Menos que Cero fue una novela de culto, American Psico se convirtió en un clásico y Bret Easton Ellis es considerado la expresión de toda una generación y una gran marca e ironía de un mundo que poco tiene para ofrecer si no hay alguien dispuesto a contarlo en esos términos.